Había una vez una musaraña llamada Juan.

Era un individuo de clase alta y tenía una casa lujosa con todos los lujos que uno esperaría.

Vestía solo con los mejores trajes de seda de araña y bebía de las mejores copas de cristal.

Un día se estaba preparando para un almuerzo con los miembros de la clase alta de la sociedad.

El lugar tenía que estar en perfecto orden.

Caminaba de un lado a otro y miraba hacia abajo con su largo hocico tratando de localizar cualquier discrepancia en su lugar perfecto.

Fue a la ciudad y regresó con todos los lujos que el dinero podía comprar.

Un poco de esto y un poco de aquello. Cosas que brillaban y cosas que relucían.

Decoró, fregó, pulió y sacó brillo, y no se detendría hasta que todo lo que creó luciera perfecto para impresionar a todas las otras personas de la clase alta.

A las doce en punto el sol brillaba en el cielo y la luz se filtraba a través de los árboles mientras las nubes bailaban como animales en una fiesta secreta.

Cuando escuchó que golpeaban a la puerta de roble macizo les pidió a sus mayordomos, los escarabajos, que abrieran la puerta. Juan se apresuró a saludar a sus invitados.

Él estaba feliz con su trabajo y confiaba que a los miembros de la alta sociedad les encantaría su hogar.

Acercándose a sus invitados Juan dijo:

– ¡Bienvenidos y bienvenidas! Por favor, adelante. Mis mayordomos los llevarán al jardín donde hay una gran variedad de té y pasteles – dijo con una sonrisa.

Sus invitados sonrieron y se cubrían la cara con abanicos mientras susurraban: – ¡Pss…pss…psssss….!

En el jardín la presentación del té era encantadora, con macarrones finos, helados, pasteles y masitas de carne.

Sin embargo, en la mayoría de las sociedades de musarañas siempre acecha un veneno en sus palabras.

– ¡Oh, qué estatua tan encantadora! – dijo un invitado. – Es tan agradable ver a alguien reciclando artículos viejos que ya nadie quiere.

– ¡Esta área tiene un ambiente de cabaña! – dijo otra invitada, una anciana gruñona que se jactaba de uno de los rincones de la casa.

– ¡Y esta pintura es muy bohemia! – dijo otra.

Después que los invitados se fueron Juan lloró y lloró. Solo quería ser aceptado y amado.

Mientras lloraba, el cielo también comenzó a arrojar grandes gotas de lluvia sobre la faz de la tierra.

Entonces fue afuera y corrió y corrió hasta que llegó a un gran roble donde se sentó bajo la lluvia.

Dejó de llover y salió el sol.

Juan vio que en el campo había una forma lejana que bailaba y se movía junto a la suave brisa que soplaba dulces olores de verano.

¡Juan estaba muy intrigado!

Un ratón robusto, marrón y con una corona de flores se acercó al roble y le bailó a Juan.

-¿Por qué lloras pequeña musaraña? – le preguntó a Juan mientras le agarraba las manos y le daba vueltas alrededor.

Juan comenzó a girar y una gran sonrisa se le puso en su rostro.

De pronto, Juan comenzó a reír incontrolablemente y el ratón lo invitó a embarcarse con él en muchas aventuras.

El ratón invitó a la musaraña a volar desde helicópteros de plátanos orientales, aunque este no era el tipo de cosas que generalmente Juan aceptaría hacer con alguien de tan poca clase.

Lo invitó a observar la luna llena desde las ramas más altas de un álamo.

Montaron botes de hojas por el arroyo.

Cocinaron pescados sobre un fuego bajo una noche estrellada.

Escucharon la sinfonía de los grillos.

Se unieron al circo de ardillas.

Aunque Juan no tenía mucho más que una mochila sobre sus hombros y su nuevo amigo, por primera vez en su vida fue finalmente feliz.

Se había olvidado de preocuparse por lo que sus compañeros pensaban de él, y se había olvidado de su elegante hogar y posesiones.

Vivió momento a momento con un amigo que realmente lo apreciaba tal como era. Se dio cuenta de que el hogar es donde está el corazón.

Moraleja: El hogar es el lugar donde está tu corazón.

Media Attribution

• Narradora: Constanza Rojas-Primus
• Música: Sweet, Benjamin Tissot, Bensound’s Royalty Free Music
• Ilustraciones de Cheyenne Pokeda